En los informes financieros solemos ver la membresía reducida a cifras: cuántas personas afiliadas, cuántas activas, cuánto dinero ingresó.
Pero la membresía no es solo un dato contable. Es el tejido político y humano que da legitimidad, estabilidad y dirección a una organización como Amnistía.
Cada persona que decide afiliarse lo hace porque cree en algo más grande. Y cuando esa persona se va, no deberíamos simplemente tacharla de la lista: deberíamos preguntarnos por qué se fue.
En los últimos años, hemos visto una desconexión creciente entre la membresía y las decisiones institucionales. Hay menos participación, menos escucha, menos espacios para construir desde abajo.
Recuperar el vínculo con la membresía no es solo una tarea del área de activismo. Es también una responsabilidad de la Tesorería. Porque cómo gestionamos los fondos que vienen de la gente, también dice cuánto nos importa esa gente.
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